10 julio 2007

Corazón roto


Muchos hemos sufrido alguna vez de lo que algunos denominan “corazón roto”. Este término, por supuesto, no se refiere a nuestro corazón físico sino a un estado emocional que puede afectar a nuestro bienestar físico tanto como a otros aspectos de nuestra vida. Incluso cuando no se refiere a una rotura física, a menudo tratamos el corazón roto del mismo modo que lo haríamos con un brazo roto.

Le ponemos una escayola, una cubierta protectora donde nada puede penetrar. Lo inmovilizamos por un período de tiempo conveniente así tiene la oportunidad de sanar. Es importante no molestarlo para evitar un trauma mayor.

Si alguna vez se ha roto un brazo, sabe cómo luce cuando se quita la escayola. Se ve más delgado, a veces incluso seco y arrugado. Está cubierto de piel muerte, descolorida, que tiene un olor extraño. Se encuentra débil por falta de uso. En algunos casos requiere terapia para recuperar completamente la movilidad. Y por unos años, el lugar de la rotura, aunque haya sanado, duele en algunas ocasiones.

Cuando tenemos un hueso roto, corremos a buscar asistencia para que el problema no se complique más. Si no lo atendemos, podemos quedar con una incapacidad severa que será más difícil de corregir en el futuro. Dependiendo del tipo y la severidad de la lesión, algunos fragmentos del hueso roto pueden dañar los tejidos circundantes, causando hemorragias y otros tipos de traumas internos que pueden llevar a daños más serios.

Nunca se nos dice que lo “dejemos pasar”. Se nos dan medicamentos si es necesario y la escayola deberá permanecer inmóvil antes de poder quitarla. El porcentaje de curación se puede controlar con placas radiográficas para asegurarse de no quitar la escayola demasiado pronto. Hay un tratamiento específico y usted debe seguir ciertas instrucciones médicas. Si las circunstancias que rodearon el accidente le causan angustia, entonces sabe que lo que le ocurrió es real.

Generalmente, uno no se muere por un brazo roto. Un brazo roto no lo hace sentir humillado, avergonzado, perdido o traicionado. Hay algunas personas, sin embargo, que han muerto como resultado de tener el corazón roto. Algunas sintieron que no podían seguir viviendo con ese dolor y se quitaron la vida. Otras sucumbieron a enfermedades físicas que se complicaron debido al permanente estrés de la pena y la incapacidad (o la falta de voluntad) de olvidar. Algunas van caminando por ahí con distintos grados de discapacidad provocados por los mismos factores. Estas condiciones no siempre son visibles y a veces se ocultan deliberadamente.

Un corazón roto se puede remendar si se reconoce el daño real que ha sufrido, y no se lo deja de lado como algo que puede hacerse cargo de sí mismo se se lo deja solo. Aquellos de nosotros que hemos remendado corazones hemos tenido que desarrollar nuestros propios tratamientos curativos, algunos más efectivos que otros. Y después, como un hueso roto que sana, siempre queda una evidencia residual del trauma. Incluso si lo que se rompió acaba siendo más fuerte que antes.

Cualquiera que haya sufrido de un “corazón roto” le dirá que más le hubiera gustado romperse un brazo. Duele menos, se cura antes y se obtiene más ayuda para sanarlo.

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